La verdadera historia de una singular banda procesional: Primera parte

Para hacer completa la historia de la música que ha acompañado al Cristo de ADEMAR durante los 50 años que lleva recorriendo las calles de Segovia junto a los alumnos, ex-alumnos, Hermanos y profesores del Colegio Marista y público devoto en general, tenemos que regresar al año 1959, fecha en que salió por primera vez nuestra Cofradía.

Al parecer, durante los primeros años no llevaba acompañamiento musical alguno hasta que, avanzada la década de los sesenta, se incorporó un grupo de cornetas y tambores, probablemente propiciado por algún oficial del ejército allegado al Colegio.

Durante el declive general de las procesiones en Segovia los insulsos años setenta, desapareció esa pequeña banda de cornetas y tambores militares que acompañaban a nuestra Cofradía.

Tengo el vago recuerdo de que durante uno o dos años, el silencio total era la única compañía sonora del paso de ADEMAR, hasta que alguien decidió contratar una agrupación musical -vestida con impolutos trajes de domingo- que lucía su nombre artístico con grandes letras en un majestuoso bombo vertical: ORQUESTA MAMBO.

Ante el descoloque estético y místico que producía la visión entre los capuchones de aquellos músicos más propios de una romería, al año siguiente volvió el silencio a adueñarse del cortejo.

Pero cuando la Semana Santa de 1979 comenzaba a organizarse, uno de los incondicionales faroleros de la procesión, invitó a tres amigos a unirse en el ambicioso proyecto de acompañar al Cristo de los Maristas, con los solemnes redobles de unos tambores. Dicho y hecho: José Luis Gilsanz (gran devoto de los Beatles, por otro lado), Francisco García (el del contrabajo del Mester), Aurelio Martín (recién concluida su mili como cabo-redobles) y Rafael Cantalejo (el mencionado farolero) pidieron prestados en un acuartelamiento militar los elementos imprescindibles para llevar a cabo la encomiable fundación de una banda cuyas consecuencias aún hoy se están disfrutando. El aprendizaje y los ensayos se realizaban en las inmediaciones de la iglesia de la Vera Cruz ante el desasosiego de las chovas del alcázar que enmudecían asombradas ante aquel prodigio rítmico.

Al año siguiente fueron algunos amigos más los que se unieron al cuarteto y, cada Semana Santa, en los albores de la entrañable banda, era una sorpresa saber cuántos redoblantes participarían en el cortejo y qué restos de tela penitencial tendrían por uniforme: ¿morada…o negra? ¿sería muy corto…o cortísimo?. Lo cierto es que con una buena motivación y gran dosis de fraternidad, cada año sonaba mejor y era más nutrido el grupo.

Se sabe también, pues no lo ocultaron nunca, que algunos de los miembros de tan distinguida agrupación, añoraban durante todo el año el momento de disfrutar del mejillón verde al concluir su jornada laboral del Viernes Santos, en el comedor escolar del Pinarillo.

En un momento determinado, se incorporó Fernando Ortiz, músico y dulzainero que, si bien en un momento se sometió a la disciplina del tambor, convenció con poco esfuerzo a sus compañeros de la mejora que supondría para la banda la incorporación de tan apreciado instrumento autóctono. El sonido aportado fue, en efecto, un éxito y dio pie a la creación de notables partituras que cada año se interpretan con veneración como piezas históricas que ya son.

Por aquellos años, las procesiones se desarrollaban de un modo distinto al actual: era el Viernes Santo cuando, a media tarde, se iniciaba la subida del Cristo por Fernández Ladreda y la Calle Real a la Catedral, donde había que esperar casi dos horas el comienzo del cortejo oficial. Este momento era aprovechado para que la banda revisara el nivel de líquidos corporales para no tener que lamentar durante la procesión la molesta sensación del nopuedomás. Era el momento de ir a un pequeño bar (hoy desaparecido) situado en el inicio de la calle de Daoiz y nombrado “La Bodeguilla”, donde podía contemplarse cada año una escena propia de una película de Fellini o de Buñuel, incluso podía recordar la pintura de Goya o de Solana. La singular visión consistía en una fila de personajes que tenía como inicio una puerta de madera con dos letras reveladoras, WC. y era la representación gráfica de la España cañí por excelencia: manolas con peineta y mantilla, guardiasciviles con su uniforme de gala con levita y charol, penitentes de color nazareno masajeando sus hombros, candorosas verónicas que también necesitaban prepararse para la larga procesión de los Pasos. Aquella cola llegaba hasta el exterior del bar y se disponía incluso por la acera. ¡Lástima de foto!…

Durante varios años se mantuvo la anarquía organizada de la banda de dulzainas y tambores hasta que la generación siguiente puso un poco de orden con el fin de mejorar -no era muy difícil la mejora, lo que hasta aquel momento había estado confiado sólo a la Divina Providencia.

Rafael Cantalejo


La verdadera historia de una singular banda procesional: Segunda parte

Tomo muy gustoso el relevo de Don Rafael Cantalejo, buen amigo y compañero en el arte de aliñar sonidos nuevos para el acompañamiento musical del Santo Cristo de la Cruz a Cuestas y de la Virgen de las Angustias. Y como los años pasan en un suspiro ¡que parece antes de ayer cuando veo las fotos adheridas por mi anterior narrador! Yo también me tengo que introducir en el túnel del tiempo y volver al pasado.


Creo recordar que es en el año 1990 cuando, después de ser sometido a unas exigentes oposiciones en el conservatorio del Pinarillo, ingreso en la “Real Banda” de música de nuestra Cofradía como tamborilero. Antes, me había preparado para tan alta prueba, mi amigo Manín (de Los Silverios); con lo cual, yo estaba relativamente tranquilo para superarla, y con nota.


En aquel año éramos unos 18 o 20 componentes, entre dulzainas, tambores y bombos. De las primeras, continuaba Fernando Ortiz y Tonet -que se había pasado a este instrumento- uniéndose posteriormente Julio Michel, el titiritero; y algún año después, Jesús Bestéiro y Richi.


De tambores, es justo y necesario mencionar a Antonio Madrigal, humorista sutil y agudo como su redoble: un repiqueteo constante con aires sevillanos. Un cofrade que tiene como baqueta su pilot negro para plasmar en un papel, improvisadamente, el desasosiego de un penitente enrollado en una maraña de cadenas, al tiempo que sale de su boca: “se lo dije muy claro a Gertrudis, mi señora, que las cadenas era la botella de anís que tengo en la repisa, y la acémila me prepara estas de 2500 eslabones ¡qué cruz! Como para perderla el cariño, incluso en Semana Santa”. También estaba Goyo Huertas, otro señor de barba, ya blanquita y tambor; que, junto con Madrigal, nos siguen abriendo el coro para cantar el himno de nuestro insigne San Marcelino Champagnat en la tradicional cena de la banda antes de la Semana Santa. Y dos tamborileros de postín: José Luís Gilsan “Mandi” y Jesús de Blas.


Entre los bombos, sentó cátedra Tanis, inconfundible bombero, con capuchón o sin el. Un verdadero virtuoso de la maza en contacto con el parche. A finales de los 90 entró en la banda Lolo, un buen pater familias: está pendiente de todo y de todos; y a principios de la nueva década llegó Luís Cuesta. El pum pum pum y me callo de su bombo se ha hecho seña e identidad de la banda.


En esos años, se inició el recorrido procesional más hermoso que uno pueda imaginar en nuestra querida y vetusta ciudad; y que continúa en la actualidad: Altos de la Piedad, Sancti Spíritu, Cuesta del Salón, Arco del Socorro. Paseo de Don Juan II, Alcázar, Daoíz, Plaza de la Merced y Plaza Mayor ¡Hasta el nombre de cada una de las calles de este itinerario irradian belleza! Puedo asegurar que, en la noche cerrada del Jueves Santo, por esas vías, el conjunto de los faroles enmaromados y el sonido seco de los tambores, nos hacen derramar alguna lágrima que empaña el raso de nuestros capirotes. Y, en el anonimato, prosigue el llanto del nazareno hasta dejar al Cristo en la Iglesia de San Miguel.


Con los años, sin querer perder el carácter de nuestra banda, hemos perfeccionado nuestro andar al compás de nuestra pieza más tradicional: “Getsemani”. Nos preocupamos más de afinar las dulzainas y tensar los bordones de los tambores. Procuramos ser diligentes en llevar la vestimenta apropiada y rigurosamente planchada. Es decir, somos más “pofesionales”.


También contamos con la inestimable ayuda del sexo femenino; que, por fin, ha decidido unirse a nosotros para aportar su sensibilidad y maestría desde el año 2006. ¡Estaba ya uno harto de divisar por los dos agujeros de la caperuza los mismos traseros caídos y masculones de siempre! Ahora, al menos, se adivina la figura estilizada de una tamborilera, de una carraquera, o de una bombera.


En fin, y no puedo abandonar mi correspondencia en esta segunda parte sin mencionar los momentos memorables que vivimos los Viernes Santos, antes de la Procesión General de los Pasos, en el bar Socorro o Polis ́bar, que de las formas es sobradamente conocido. Todos los componentes de la banda reponemos fuerzas para la caminata sagrada con las torrijas benditas de Pili, esposa de Poli, y dedicamos unas saetas castellanas al maestro Agapito para que nos infunda otro tipo de energía: la que Él y nuestro Cristo han pactado pensando en llevar a nuestra banda por el camino de la amistad y la buena armonía.


Javier Jiménez


La verdadera historia de una singular banda procesional: Tercera parte

Creo que es en el año 1997 cuando ensayo por primera vez junto con Emilio, y de la mano de Garci y su caja china, quien había entrado un año antes, en una lluviosa mañana de jueves santo, (porque sólo se ensayaba esa mañana).

Es a partir de entonces, especialmente desde el año 2003 , cuando se produce el relevo generacional. Los fundadores se van retirando a la vez que la Banda crece, y es en el año 2005 cuando el último de los constituyentes, José Luis Gilsanz, “cuelga el hábito”. Ese año ya éramos 32, los que acompañábamos al Cristo. Ya redoblan los jóvenes Suko y Jorge, las chicas dan un nuevo aire al sonido de nuestro tambores y Cuesta…Cuesta habla con Agapito.

No sólo se renueva y amplia el número de componentes, sino que los viejos y destartalados trajes son sustituidos en su totalidad entre el 2004 y 2009. Se cambia el cíngulo rojo por otro blanco y rojo con borlones, se quita la Cruz de Santiago de fieltro por otra bordada y se cose al cubre tambor el escudo marista de las tres violetas.

Coincidiendo con el 25 aniversario de la fundación de la Banda, Rafa Cantalejo propone la inclusión de la carraca acompañando al sonido del tambor. En el año 2007 y 2009, respectivamente, se incorporan la carraca y los platillos, dando un matiz recio y solemne a la marcha procesional.

A día de hoy, la Banda la componen 40 miembros, de los cuales seis son cajas, veinte tambores, cinco bombos, tres carracas y cinco dulzainas.

Las dulzainas entonan hasta ocho piezas distintas durante el acompañamiento a las imágenes en las procesiones, siendo de composición propia cuatro de ellas, elaboradas por tres de sus miembros, Fernando Ortiz, Antonio Lucio Tonet y Teresa Cantalejo. El resto pertenecen al folclore popular y fueron recogidas por el dulzainero Luís Barreno.

Nuestro traje esta compuesto por una sotana negra con botonaje y dobladillo en las mangas en rojo oriente, caperuza de raso negro con la Cruz de Santiago bordada en rojo y oro. Sobre los hombros cuelga una esclavina de raso blanco perla, terminada con un borlón en la parte posterior; a modo de cíngulo, lucimos un condón de seda de tres hilos combinando el rojo y blanco en cuyos extremos cuelgan borlones rojos. El traje se completa con guantes blancos y un cubre tambor en rojo oriente con flecos en oro y un bordado con las tres violetas maristas.

Gonzalo Cuerdo